El problema de la obesidad y el abdomen graso o hinchado ha aumentado exponencialmente en los últimos años. Sucede en cualquier país del mundo, desarrollado o no.
El síndrome metabólico, la diabetes, los problemas hormonales, la mala alimentación que nos han por años, así como la falta de ejercicio físico y la pereza o estrés en que vivimos, hacen de nos desajustemos en el funcionamiento interno. Eso daña nuestro “segundo cerebro”, que es la flora intestinal. Nos llenamos de gases y grasa, y aparece la panza.
La flora intestinal es la computadora de la limpieza y el ingreso al cuerpo de los materiales para seguir viviendo. Cualquier cosa que la deteriore, nos estará restando vida y salud.
La flora intestinal tiene tres funciones bien establecidas:
-Nutricional: participa en la producción de vitaminas B, K y C, absorción de magnesio, calcio, hierro y de otros compuestos. Además de ayudar a absorber los nutrientes en las vellosidades intestinales.
-Inmunológica: El conjunto de células combate la entrada de virus, bacterias y de algunas toxinas que penetran al organismo.
-Protectora: La barrera de microorganismos no deja que proliferen otras bacterias dañinas u hongos oportunistas, que tienden a colonizar el intestino.
La flora intestinal es muy delicada. Tiene dos segmentos, las bacterias de la fermentación y las bacterias de la putrefacción. Ambas deben estar en correcto equilibrio. Por lo general, destruimos las bacterias fermentativas, haciendo que los fenómenos de putrefacción aumenten e intoxiquen el cuerpo con sus desechos.
¿Qué debo hacer para cuidar la flora?
Bajar los niveles de estrés que la debilitan; dormir las horas de sueño recomendadas, ya que se renueva en ese período; beber abundante agua para hidratar todo el intestino; no saltarse las horas de comida; reducir los hábitos tóxicos como el alcohol, el café y el tabaco.
Tomar productos fermentados como tofu, requesón, queso fresco, yogurt natural kéfir. Comer abundantes vegetales de hojas verdes y dos piezas de frutas al día. Puedes además tomar los lactobacilos acidófilos o probióticos, siempre bajo supervisión médica, para potencial la microbiota intestinal.